miércoles, 17 de octubre de 2012

...Y Jorge fue feliz.



¿Por qué suena el despertador? ¡Pero si es sábado!-pesó Jorge-. Después de aquel sobresalto, se volvió a tumbar en la cama. Al ver que no podía dormirse se levantó.
Por el pasillo se percató de algo extraño. Retrocedió hasta el espejo y se miró, o al menos eso fue lo que intentó, pues el espejo no reflejaba su imagen. No sabía lo que había sucedido con su pelo castaño y cuidado; con sus ojos verdes, nariz puntiaguda y orejas de soplillo (como decía su abuela); tampoco había rastro de su cuerpo delgado casi esquelético. Bajó corriendo las escaleras hasta la cocina para llamar a su madre. Al no verla en la planta de abajo, volvió a subir a la de arriba, donde vio a su madre tendiendo la ropa.
-¡Hola! -saludó Jorge. Pero parecía que el ruido de la lavadora, no había dejado percatarse a la madre de la presencia de Jorge.
-¡Mamá! -pero la madre no respondía.
Ahora la desesperación era su peor enemiga. No lo veía su madre, no se reflejaba en el espejo, y tras gritar dentro de su casa y fuera de ella, nadie se daba cuenta de su presencia. Podría haber sido una broma de mal gusto, pero no se reflejaba en los espejos.
Tras dar más de diez vueltas por el barrio volvió a casa llorando y temblando. Su madre estaba dentro de la casa, pero no sólo ella. Había médicos y enfermeros, y ahora que lo recordaba, una ambulancia en la calle. Sólo pudo ver cómo colocaban el cuerpo de un niño y el de una mujer en dos ataúdes. Su madre al ver a Jorge le dijo:
-Hijo, te he estado esperando.
¿Por qué sí lo veía ahora? El caso es que se alegraba. Y sintió una paz interior que jamás había percibido.

                                                                                                        

                                                                                                                           Noviembre de 2009


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