No era abandonar, eso era de cobardes. tomo su teléfono y citó a todos los nacidos en Carquego en los años malditos e imperdonables. Fueron entrando todos. Volvieron las ironías, las indirectas, que ahora captaba perfectamente. "¿Bueno Pepe que nos querías decir?", "Huele a gas." Mácinguer tomó su mechero, y lo abrió. Una explosión de fuego y angustia acabó con toda una generación. Se perdió una generación entera, porque un marginado quiso tomarse la justicia por su mano. Que cada uno piense de quién fue la culpa.
Alberto despertó esa mañana, y cinco minutos más tarde, cuando leyó el periódico de la mañana, supo que Mácinguer le había querido salvar la vida.