Las
historias de espectros quedarían ligadas por siempre al recuerdo de
su verdadero y único amor. Aquella campesina, de cabellos
desarreglados, vestimenta infantil y que no resaltaba por su belleza
precisamente, cautivó a Isaäk el invierno de 1912, cuando se mudó a
Moscú en busca de oportunidades inexistentes.
Isaäk
era por aquel entonces, el joven preocupado únicamente por conseguir
alimento, y que no concebía un mundo de sensaciones y plenitud en el
que sus mayores problemas fuesen intangibles. Pero es que cuando la
conoció, tuvo la certeza de estar escribiendo su propia vida, de ser
el producto de tantos años de historia en el mundo de los locos, y
notó que ya no podía leer sin pensar en ella. Leer los libros que
marcarían una revolución. Libros que hablaban de espectros.
Laryssa
era lista, y sabía interpretar las miradas compasivas y las risas
sinceras de su vecino, con el que incluso había días que dejaban
las labores agrarias para hablar horas y horas. Ella le preguntó, y
él, tristemente avergonzado, inexperto en sus sentimientos y con un
miedo al rechazo que sobrepasaba todo lo demás, se negó a sí mismo
y le hizo creer a Laryssa que entre ellos solo había una fuerte
amistad.
Y
siguieron los años siguientes, como si nada hubiese pasado, viviendo
la rutina, pasando el hambre de la Rusia zarista que al no poderlo
saciar con comida, intentaban conversando distraer los rugidos de
los adentros. Isaäk seguía leyendo aquellas páginas y soñaba con
que alguna vez se hiciesen realidad, y que el hambre cesase, no pedía
una lucha de clases, nadie pedía una lucha de clases, el pueblo ruso
pedía pan.
Cuando
parecía que nada podía ir a peor, el asesinato de un hombre
desencadenó la posterior masacre de nueve millones de inocentes y
valientes combatientes, que engañados fueron a defender a una patria
inexistente en la Gran Guerra, en la cual solo habría recompensa
para las clases altas de los países vencedores. El pueblo ahora,
además de pan, pedía paz. Y a la par que el desastre se
desencadenaba, Laryssa conoció por pura casualidad a un aristócrata
de la más alta cúpula zarista. Y es que la juventud es muy benévola
con algunas personas, y a la niña de cabellos desaliñados, ahora el
Dios en el que nadie creía le había otorgado la mirada más dulce
con la que uno se pudiese cruzar.
De
no ser porque Isaäk veía salir a aquel hombre de la casa de Laryssa
casi a diario, no hubiese sabido de su existencia. Cuando este hombre
salía, Laryssa volvía a la choza de Isaäk para hablar de las
mismas cosas que llevaban hablando desde que se conocieron hacía ya
dos años. Pero él no podía mirarla con los mismos ojos. No podía
mirarla con los mismos ojos cuando hablaba con ella y ésta no le
refería nada sobre aquel infiltrado en sus vidas. Tampoco podía
mirarla con los mismos ojos cuando notaba que los de Laryssa estaban
enrojecidos y se tragaban las últimas lágrimas, y aun así no se
sinceraba con él para contarle que demonios pasaba. Isaäk sentía
rabia, no sabía por qué pero era una rabia incontenible. E Isaäk
levantó el lápiz del papel, dejó de escribir su historia y en
cuestión de pocos meses ya no se hablaban.
Ya
solo podía pensar en la guerra, en la situación de su país, en el
hambre, en las historias de espectros, en el materialismo histórico,
y en la inutilidad de la Gran Guerra, que solo traía muerte al
pueblo, y beneficios a los aristócratas. Aristócratas, como aquel
señor bien vestido que todos los días pasaba por la casa de
Laryssa, vestido de incógnito.
Solo
pensaba en hablar con ella, pero veía inútil luchar por alguien que
estaba tan fuera de su alcance. Así que decidió pasar los días
solitarios y fríos de invierno refugiado en casa y recolectando el
mísero grano que aquellas tierras daban y que a nadie le importaba
ya, porque la supervivencia del pueblo ruso se estaba librando en las
trincheras. Ya casi la había olvidado, pero a la vez no paraba de
pensar en volver a hablar con ella, sintiéndola cada día tan cerca
y a la vez tan lejos.
Sentía
un vacío enorme, una soledad concentrada entre aquellas cuatro
paredes carcomidas entre las que vivía, cuando un día decidió ir a
la ciudad a pedir un poco de limosna por los barrios ricos. La Rusia
que veía parecía sacada de una historia de terror, tan decadente,
sin ver el Sol en meses, una economía azotada por la Gran Guerra, y
calles llenas de seres hambrientos y cadáveres que antes de
cadáveres fueron seres hambrientos. Pasó por delante de una
catedral ortodoxa, cuyo nombre desconocía y se fijó en que, entre
las centenarias piedras lamidas por el tiempo, la nieve se acumulaba
hasta el punto más alto del campanario, en el cual, un pájaro de
grandes dimensiones había sido sepultado por el frío, congelado, y
llegaba a dar la sensación de fosilizado. Absorto, leyó un cartel
medio rasgado, pegado en una fachada. En menos de una semana, Isaäk
ya participaba activamente en los Soviets.
Se
notaban los aires de revolución. La primera vez que leyó los
discursos de aquel extraño hombre junto con sus compañeros del
Soviet, quedó hipnotizado. Por fin encontraba alguien que pensaba
igual que él, pues los discursos de aquel líder revolucionario,
entablaban total similitud con los pensamientos que él forjaba entre
sus cuatro paredes leyendo historias de espectros. Se sentía una
persona realizada cada vez que se paraba a conversar con sus
compañeros sobre el futuro que forjarían, sobre como cambiarían
las cosas, sobre el pan y sobre la paz.
-Lo
de Febrero fue una falsa, en Octubre saldremos ahí, sin nada que
perder, a terminar con esta inútil guerra que solo nos perjudica a
los que lo damos todo por el todo...
Después
de decir “sin nada que perder” Isaäk no escuchó nada más de lo
que dijo su compañero. La imagen de Laryssa le vino a la mente como
una aparición divina. Miró a aquellos hombres, empapados en sudor y
angustia, bebiendo vodka como si no hubiese mañana. Le dio un buen
trago a la botella polvorienta, y salió de aquella reunión sin
despedirse. Volvió a casa. Miro la casa de Laryssa. Se la imaginó
saliendo y entrando en su casa para hablar toda la tarde y permitirle
que se adentrase en sus pensamientos.
Por
su parte sí que había mucho que perder si se lanzaba a aquella
revolución y caía en el intento. Pero esto era cosa de dos, y si
ella no sentía lo mismo, lamentaría de por vida no haberse
precipitado a las calles de Moscú dispuesto a morir. En ese momento,
aquel aristócrata salió de la casa de Laryssa, ajustándose la
vestimenta, y lanzando una mirada a Isaäk en la que más allá del
asco, se intuía compasión. Su lágrima temblorosa se camufló con
la nieve fina que se precipitaba sobre los tejados podridos y
derrumbados, y entró en casa.
No
tenía duda de qué sentía. Volvía a sentir la rabia contenida que
nadie pudiese imaginar. Rabia por no haberle respondido la verdad
hacía ya cinco años, rabia por haberle negado lo evidente, rabia
porque sabía que quizá la perdió para siempre por su idiotez y
rabia de que estuviese con una persona con la que él tenía la
certeza de que no compartiría ni la mitad de lo que en su día
compartieron ellos dos. Era la noche del veintidós de Septiembre de
1917 según el calendario ruso, la fecha señalada se acercaba, y
tenía claro que no saldría dispuesto a morir si aún tenía alguna
oportunidad remota con ella.
Tomó
el libro de los espectros que tanto solían leer juntos y se dirigió
a su casa, con el corazón en el mismo puño que el libro.
-Dentro
de poco los Soviets y todo el pueblo se levanta en armas -dijo
Isaäk-.
-Lo
sé -y Laryssa agachó la cabeza-
-Dime
que no tengo nada que perder -y a continuación le tendió el libro-.
-Isaäk,
dime lo que me tengas que decir.
-No
me hagas decir lo que no necesitas que salga de mi boca.
-Pero
si te lo pidiese, ¿me lo dirías?
Isaäk
tornó una mirada de derrota, luego la miró y le dijo lo que ella ya
sabía, que nunca la dejó de amar desde que la conoció. Pero por
simple orden mundial, ella no le pudo dar el sí, y muy a su pesar,
le dio un no por respuesta y afirmó que estaba enamorada de aquel
extraño hombre.
-Pero
prométeme -dijo Laryssa entre llantos de compasión- que no irás a
morir a esa revolución.
-Prometido
-mintió Isaäk-.
En
secreto, pasó los días que le quedaban escribiendo su última carta
y sus últimos deseos. Siempre supo expresar mejor las cosas por
escrito.
Cuando
aquel aristócrata entró en casa de Laryssa después de la visita de
Isaäk, fue la última vez. Ella sentía una sensación tan desolada,
que en lo único que pensaba era en que su vecino no partiese a una
revolución que no era otra cosa más que un suicidio. Ese día le
dijo a su amante que no podría seguir viéndolo. Y éste con una
sonrisa en la cara, tras casi tres años compartiendo cama todos días
y jurarle amor, le dijo “al menos fue divertido”, se colocó su
sombrero de cuero curtido y salió por la puerta.
Los
días eran una cuenta atrás. Ya no había tiempo de hacer nada. La
decisión estaba tomada. Laryssa confiaba en que Isaäk no fuese a
cometer aquella estupidez. Pero el día llegó. Era veinticuatro de
Octubre de 1917 según el calendario ruso.
Isaäk
tomó la bayoneta y esa misma noche, antes de la madrugada que
marcaría un antes y un después en Europa en Rusia y en el mundo
entero, se reunió con sus compañeros del Soviet los cuales
empezaron a recitar discursos y frases revolucionarias que a
cualquiera le hubiesen puesto lo pelos de punta, pero Isaäk no
escuchaba, miraba al suelo y veía aquella mirada tan dulce que lo
cautivó y a la vez lo despojó de todo interés por vivir en tan
solo cinco años.
Solo
había esa noche para hacer historia, era necesario, desenfundaron
las armas de campesinos, y se enfrentaron a aquella guardia zarista,
cuando sintió un golpe fortísimo en la nuca que lo hizo caer en el
suelo. Miró a su agresor, miró al hombre a caballo que lo había
golpeado, y reconoció la cara de aquel aristócrata, de tantas veces
verlo entrar y salir de la casa de su vecina. Y se arrepintió de no
haber creído en Dios pues cuando el extraño hombre que consiguió
lo que él nunca pudo tener con Laryssa le empezó a clavar la
bayoneta en el pecho, Isaäk experimentó una dicha semejante a la de
cuando vio aquel rostro infantil por primera vez, y la volvió a ver
reflejada en su mente justo en el momento antes de morir.
Laryssa
tocó en la puerta de su vecino esperando que éste saliese y
terminar de una vez ya con toda aquella historia de locos. Lo echaba
de menos, desde que la rechazó se había forzado a olvidarle. No lo
amaba, pues los sentimientos de Laryssa no cambiaban con facilidad.
Sin embargo, allí se encontraba esperando a hablar con él. Sabía
que la revolución había triunfado, y ahora hablarían por placer y
no para saciar el hambre. Pero Isaäk no salía de la casa, y Laryssa
advirtió que la puerta no tenía el cerrojo. Entró lentamente, y
solo pudo ver que la bayoneta no estaba en su sitio, pero sobre la
mesa había una pequeña carta encima del libro de espectros que
solían leer juntos.
Pensamos
mucho y sentimos muy poco. He pasado estos últimos cinco años
pensando en cual sería el momento oportuno, en por qué te negué
aquella vez y en por qué he llegado a esta situación. Era todo
mucho más sencillo que todo eso. Esta carta es para ti, no mires a
nadie más, sabes que me estoy dirigiendo a ti. Cuando te conocí
quizá nadie más que yo se fijó en la belleza que encerrabas, la
juventud fue buena contigo, y la sacó en todo su esplendor. Ya te
dije que te quería y sé que por aquellos días en los que me negué
a mí mismo, tú sentías lo mismo por mí. Todo hubiese sido tan,
pero que tan distinto... Yo jamás te hubiese dejado marchar.
Pero
ahora veo que tu amor está con otro, desconozco quién es pero,
tengo seguro, que nunca en la vida compartiréis lo que nosotros
compartimos. Eres la meta que por mucho que me acerque jamás llegaré
a tocar. Y siento sobre todo, ahora que lees esto por primera vez,
haber dejado de hablarte, esta es mi disculpa, siento mi soberbia y
haber querido quizá, ponerte a prueba. Y siento haber escrito esta
carta, pero espero que entiendas el verdadero significado y qué es
lo fundamental en ella.
Qué
ironía que te esté hablando a través del tiempo, es muy probable
que esté muerto, pero no me importa, pues hacía ya mucho tiempo que
había muerto en vida. No tenía nada que perder y me lancé a la
revolución, para que gente honrada como tú tenga paz y tenga pan.
Mientras escribo esta carta puedo ver tus pensamientos materializados
y precipitando sobre mi mente como lo hace la nieve en este instante
sobre mi tejado, y espero que entiendas que no hago todo esto para
que tengas compasión, y un día volver y pasar el resto de nuestros
días juntos. Ojalá fuese tan idílico.
Espero
no caer en tu olvido y que un día leas con quien entonces se
divierta contigo, este libro sobre espectros que tanto me recuerda a
ti cuando lo leo, y entiendas por qué me lancé a la lucha, primero
por ti y luego por mis ideales. Un espectro recorre Europa, el
espectro del comunismo.
Mi
corta vida mereció la pena, tan solo, por haberte conocido y por
poder haber visto, tu alma desnuda.