martes, 26 de mayo de 2015

Y por qué yo

    Porque ya no queda nada por luchar por  mucho que me obligue a leer entre líneas lo que dices y a creer que no está todo perdido. Porque uno no elige. Y por qué no. Es que no sé si acaso se ocurren razones para defender el no. Veo muy turbia está claridad. Cada vez la veo menos. 

"¿Qué es ese poder de organización proletaria que ninguna nación llega a entender o se niegan a entender?"  Vladimir Lenin

lunes, 18 de mayo de 2015

Tu Alma Desnuda


     Las historias de espectros quedarían ligadas por siempre al recuerdo de su verdadero y único amor. Aquella campesina, de cabellos desarreglados, vestimenta infantil y que no resaltaba por su belleza precisamente, cautivó a Isaäk el invierno de 1912, cuando se mudó a Moscú en busca de oportunidades inexistentes.
     Isaäk era por aquel entonces, el joven preocupado únicamente por conseguir alimento, y que no concebía un mundo de sensaciones y plenitud en el que sus mayores problemas fuesen intangibles. Pero es que cuando la conoció, tuvo la certeza de estar escribiendo su propia vida, de ser el producto de tantos años de historia en el mundo de los locos, y notó que ya no podía leer sin pensar en ella. Leer los libros que marcarían una revolución. Libros que hablaban de espectros.
     Laryssa era lista, y sabía interpretar las miradas compasivas y las risas sinceras de su vecino, con el que incluso había días que dejaban las labores agrarias para hablar horas y horas. Ella le preguntó, y él, tristemente avergonzado, inexperto en sus sentimientos y con un miedo al rechazo que sobrepasaba todo lo demás, se negó a sí mismo y le hizo creer a Laryssa que entre ellos solo había una fuerte amistad.
Y siguieron los años siguientes, como si nada hubiese pasado, viviendo la rutina, pasando el hambre de la Rusia zarista que al no poderlo saciar con comida, intentaban conversando distraer los rugidos de los adentros. Isaäk seguía leyendo aquellas páginas y soñaba con que alguna vez se hiciesen realidad, y que el hambre cesase, no pedía una lucha de clases, nadie pedía una lucha de clases, el pueblo ruso pedía pan.
     Cuando parecía que nada podía ir a peor, el asesinato de un hombre desencadenó la posterior masacre de nueve millones de inocentes y valientes combatientes, que engañados fueron a defender a una patria inexistente en la Gran Guerra, en la cual solo habría recompensa para las clases altas de los países vencedores. El pueblo ahora, además de pan, pedía paz. Y a la par que el desastre se desencadenaba, Laryssa conoció por pura casualidad a un aristócrata de la más alta cúpula zarista. Y es que la juventud es muy benévola con algunas personas, y a la niña de cabellos desaliñados, ahora el Dios en el que nadie creía le había otorgado la mirada más dulce con la que uno se pudiese cruzar.
     De no ser porque Isaäk veía salir a aquel hombre de la casa de Laryssa casi a diario, no hubiese sabido de su existencia. Cuando este hombre salía, Laryssa volvía a la choza de Isaäk para hablar de las mismas cosas que llevaban hablando desde que se conocieron hacía ya dos años. Pero él no podía mirarla con los mismos ojos. No podía mirarla con los mismos ojos cuando hablaba con ella y ésta no le refería nada sobre aquel infiltrado en sus vidas. Tampoco podía mirarla con los mismos ojos cuando notaba que los de Laryssa estaban enrojecidos y se tragaban las últimas lágrimas, y aun así no se sinceraba con él para contarle que demonios pasaba. Isaäk sentía rabia, no sabía por qué pero era una rabia incontenible. E Isaäk levantó el lápiz del papel, dejó de escribir su historia y en cuestión de pocos meses ya no se hablaban.
     Ya solo podía pensar en la guerra, en la situación de su país, en el hambre, en las historias de espectros, en el materialismo histórico, y en la inutilidad de la Gran Guerra, que solo traía muerte al pueblo, y beneficios a los aristócratas. Aristócratas, como aquel señor bien vestido que todos los días pasaba por la casa de Laryssa, vestido de incógnito.
      Solo pensaba en hablar con ella, pero veía inútil luchar por alguien que estaba tan fuera de su alcance. Así que decidió pasar los días solitarios y fríos de invierno refugiado en casa y recolectando el mísero grano que aquellas tierras daban y que a nadie le importaba ya, porque la supervivencia del pueblo ruso se estaba librando en las trincheras. Ya casi la había olvidado, pero a la vez no paraba de pensar en volver a hablar con ella, sintiéndola cada día tan cerca y a la vez tan lejos.
     Sentía un vacío enorme, una soledad concentrada entre aquellas cuatro paredes carcomidas entre las que vivía, cuando un día decidió ir a la ciudad a pedir un poco de limosna por los barrios ricos. La Rusia que veía parecía sacada de una historia de terror, tan decadente, sin ver el Sol en meses, una economía azotada por la Gran Guerra, y calles llenas de seres hambrientos y cadáveres que antes de cadáveres fueron seres hambrientos. Pasó por delante de una catedral ortodoxa, cuyo nombre desconocía y se fijó en que, entre las centenarias piedras lamidas por el tiempo, la nieve se acumulaba hasta el punto más alto del campanario, en el cual, un pájaro de grandes dimensiones había sido sepultado por el frío, congelado, y llegaba a dar la sensación de fosilizado. Absorto, leyó un cartel medio rasgado, pegado en una fachada. En menos de una semana, Isaäk ya participaba activamente en los Soviets.
     Se notaban los aires de revolución. La primera vez que leyó los discursos de aquel extraño hombre junto con sus compañeros del Soviet, quedó hipnotizado. Por fin encontraba alguien que pensaba igual que él, pues los discursos de aquel líder revolucionario, entablaban total similitud con los pensamientos que él forjaba entre sus cuatro paredes leyendo historias de espectros. Se sentía una persona realizada cada vez que se paraba a conversar con sus compañeros sobre el futuro que forjarían, sobre como cambiarían las cosas, sobre el pan y sobre la paz.
     -Lo de Febrero fue una falsa, en Octubre saldremos ahí, sin nada que perder, a terminar con esta inútil guerra que solo nos perjudica a los que lo damos todo por el todo...
     Después de decir “sin nada que perder” Isaäk no escuchó nada más de lo que dijo su compañero. La imagen de Laryssa le vino a la mente como una aparición divina. Miró a aquellos hombres, empapados en sudor y angustia, bebiendo vodka como si no hubiese mañana. Le dio un buen trago a la botella polvorienta, y salió de aquella reunión sin despedirse. Volvió a casa. Miro la casa de Laryssa. Se la imaginó saliendo y entrando en su casa para hablar toda la tarde y permitirle que se adentrase en sus pensamientos.
     Por su parte sí que había mucho que perder si se lanzaba a aquella revolución y caía en el intento. Pero esto era cosa de dos, y si ella no sentía lo mismo, lamentaría de por vida no haberse precipitado a las calles de Moscú dispuesto a morir. En ese momento, aquel aristócrata salió de la casa de Laryssa, ajustándose la vestimenta, y lanzando una mirada a Isaäk en la que más allá del asco, se intuía compasión. Su lágrima temblorosa se camufló con la nieve fina que se precipitaba sobre los tejados podridos y derrumbados, y entró en casa.
     No tenía duda de qué sentía. Volvía a sentir la rabia contenida que nadie pudiese imaginar. Rabia por no haberle respondido la verdad hacía ya cinco años, rabia por haberle negado lo evidente, rabia porque sabía que quizá la perdió para siempre por su idiotez y rabia de que estuviese con una persona con la que él tenía la certeza de que no compartiría ni la mitad de lo que en su día compartieron ellos dos. Era la noche del veintidós de Septiembre de 1917 según el calendario ruso, la fecha señalada se acercaba, y tenía claro que no saldría dispuesto a morir si aún tenía alguna oportunidad remota con ella.
     Tomó el libro de los espectros que tanto solían leer juntos y se dirigió a su casa, con el corazón en el mismo puño que el libro.
     -Dentro de poco los Soviets y todo el pueblo se levanta en armas -dijo Isaäk-.
     -Lo sé -y Laryssa agachó la cabeza-
     -Dime que no tengo nada que perder -y a continuación le tendió el libro-.
     -Isaäk, dime lo que me tengas que decir.
     -No me hagas decir lo que no necesitas que salga de mi boca.
     -Pero si te lo pidiese, ¿me lo dirías?
     Isaäk tornó una mirada de derrota, luego la miró y le dijo lo que ella ya sabía, que nunca la dejó de amar desde que la conoció. Pero por simple orden mundial, ella no le pudo dar el sí, y muy a su pesar, le dio un no por respuesta y afirmó que estaba enamorada de aquel extraño hombre.
     -Pero prométeme -dijo Laryssa entre llantos de compasión- que no irás a morir a esa revolución.
     -Prometido -mintió Isaäk-.
En secreto, pasó los días que le quedaban escribiendo su última carta y sus últimos deseos. Siempre supo expresar mejor las cosas por escrito.
     Cuando aquel aristócrata entró en casa de Laryssa después de la visita de Isaäk, fue la última vez. Ella sentía una sensación tan desolada, que en lo único que pensaba era en que su vecino no partiese a una revolución que no era otra cosa más que un suicidio. Ese día le dijo a su amante que no podría seguir viéndolo. Y éste con una sonrisa en la cara, tras casi tres años compartiendo cama todos días y jurarle amor, le dijo “al menos fue divertido”, se colocó su sombrero de cuero curtido y salió por la puerta.
Los días eran una cuenta atrás. Ya no había tiempo de hacer nada. La decisión estaba tomada. Laryssa confiaba en que Isaäk no fuese a cometer aquella estupidez. Pero el día llegó. Era veinticuatro de Octubre de 1917 según el calendario ruso.
     Isaäk tomó la bayoneta y esa misma noche, antes de la madrugada que marcaría un antes y un después en Europa en Rusia y en el mundo entero, se reunió con sus compañeros del Soviet los cuales empezaron a recitar discursos y frases revolucionarias que a cualquiera le hubiesen puesto lo pelos de punta, pero Isaäk no escuchaba, miraba al suelo y veía aquella mirada tan dulce que lo cautivó y a la vez lo despojó de todo interés por vivir en tan solo cinco años.
     Solo había esa noche para hacer historia, era necesario, desenfundaron las armas de campesinos, y se enfrentaron a aquella guardia zarista, cuando sintió un golpe fortísimo en la nuca que lo hizo caer en el suelo. Miró a su agresor, miró al hombre a caballo que lo había golpeado, y reconoció la cara de aquel aristócrata, de tantas veces verlo entrar y salir de la casa de su vecina. Y se arrepintió de no haber creído en Dios pues cuando el extraño hombre que consiguió lo que él nunca pudo tener con Laryssa le empezó a clavar la bayoneta en el pecho, Isaäk experimentó una dicha semejante a la de cuando vio aquel rostro infantil por primera vez, y la volvió a ver reflejada en su mente justo en el momento antes de morir.
     Laryssa tocó en la puerta de su vecino esperando que éste saliese y terminar de una vez ya con toda aquella historia de locos. Lo echaba de menos, desde que la rechazó se había forzado a olvidarle. No lo amaba, pues los sentimientos de Laryssa no cambiaban con facilidad. Sin embargo, allí se encontraba esperando a hablar con él. Sabía que la revolución había triunfado, y ahora hablarían por placer y no para saciar el hambre. Pero Isaäk no salía de la casa, y Laryssa advirtió que la puerta no tenía el cerrojo. Entró lentamente, y solo pudo ver que la bayoneta no estaba en su sitio, pero sobre la mesa había una pequeña carta encima del libro de espectros que solían leer juntos.
     Pensamos mucho y sentimos muy poco. He pasado estos últimos cinco años pensando en cual sería el momento oportuno, en por qué te negué aquella vez y en por qué he llegado a esta situación. Era todo mucho más sencillo que todo eso. Esta carta es para ti, no mires a nadie más, sabes que me estoy dirigiendo a ti. Cuando te conocí quizá nadie más que yo se fijó en la belleza que encerrabas, la juventud fue buena contigo, y la sacó en todo su esplendor. Ya te dije que te quería y sé que por aquellos días en los que me negué a mí mismo, tú sentías lo mismo por mí. Todo hubiese sido tan, pero que tan distinto... Yo jamás te hubiese dejado marchar.
     Pero ahora veo que tu amor está con otro, desconozco quién es pero, tengo seguro, que nunca en la vida compartiréis lo que nosotros compartimos. Eres la meta que por mucho que me acerque jamás llegaré a tocar. Y siento sobre todo, ahora que lees esto por primera vez, haber dejado de hablarte, esta es mi disculpa, siento mi soberbia y haber querido quizá, ponerte a prueba. Y siento haber escrito esta carta, pero espero que entiendas el verdadero significado y qué es lo fundamental en ella.
     Qué ironía que te esté hablando a través del tiempo, es muy probable que esté muerto, pero no me importa, pues hacía ya mucho tiempo que había muerto en vida. No tenía nada que perder y me lancé a la revolución, para que gente honrada como tú tenga paz y tenga pan. Mientras escribo esta carta puedo ver tus pensamientos materializados y precipitando sobre mi mente como lo hace la nieve en este instante sobre mi tejado, y espero que entiendas que no hago todo esto para que tengas compasión, y un día volver y pasar el resto de nuestros días juntos. Ojalá fuese tan idílico.
     Espero no caer en tu olvido y que un día leas con quien entonces se divierta contigo, este libro sobre espectros que tanto me recuerda a ti cuando lo leo, y entiendas por qué me lancé a la lucha, primero por ti y luego por mis ideales. Un espectro recorre Europa, el espectro del comunismo.

     Mi corta vida mereció la pena, tan solo, por haberte conocido y por poder haber visto, tu alma desnuda.


"Eso de Dios da que pensar: A aquel que trabaja y padece miseria toda su vida, la religión le enseña a ser resignado y humilde en la vida terrenal y a reconfortarse en la esperanza del premio celestial"

                                                                                                                   Vladimir Ilich Uliánov (Lenin)