viernes, 18 de agosto de 2017

Rutina

El primer día que nació hubo un esplendoroso júbilo en el hogar. Parecía como si no hubiésemos sido nada hasta  que vimos nacer aquella pequeña criatura. Pero al día siguiente, no la encontrábamos por ninguna parte, la vieja no paraba de decir que cómo la íbamos a encontrar si esa noche no habían abierto los jazmines y entonces entendimos que tenía que volver a nacer. Y así lo hizo, volvió a nacer y el júbilo se apoderó de nuevo del hogar.
La estúpida vieja no dormía, hacía guardia al lado del jazmín, pero no florecía. El presagio era claro, al tercer día no volvía a estar la criatura y tuvimos que volver a esperar a que naciese de nuevo. "Pobre hermanito" pensaba "Está abocado a ser arrebatado del vientre de su madre cada día". El júbilo disminuía cada día que nacía mi hermano. El proceso asintótico parecía no terminar, hasta que una noche salí a ver si florecían los jazmines, la vieja dormía por primera vez. Allí suplí su guardia cuando vi que por fin florecían los jazmines. Al día siguiente aquella criatura nacía, la vieja moría, y por fin, ambos lo hacían para siempre.

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