miércoles, 12 de julio de 2017

Mi viejo amigo

   Había una liebre que sabía contar historias. Al menos una, siempre repetía la misma. Iba por la mañana a la plaza del pueblo, montaba su atril, y desde ahí intentaba hacer llegar a todos los animales su historia. Pero nada más verla todos se iban. La liebre no lo entendía, pero es que siempre contaba la misma historia. Entre el resto de animales se rumoreaba que la liebre sufría de algún tipo de demencia típica de las cabras con las que se había criado.
   El día en que la liebre se dignó a preguntarle a un búfalo por qué todos huían, el búfalo respondió:
   -Es que siempre cuentas la misma historia.
   La liebre quedó atónita, seguía sin entender por qué nadie la escuchaba.
   -¿Pero a caso os habéis parado alguna vez a escucharla? -preguntó al búfalo-.
   -No, nadie la ha escuchado, pero por qué habríamos de escucharla si es siempre lo mismo.
   La liebre seguía sin entender nada. Pero cuando volvió con su atril, se dio cuenta de que no todos huían, sino que el búfalo se quedó esperando a escuchar la historia. Era una fábula sobre humanos, y algo que ellos llamaban, amor. También le pareció triste al búfalo, aunque no entendía por qué los humanos no mataban a 'enfermedad' con todas las armas de las que disponían.
   Aunque no entendió mucho de la fábula, algo lo hipnotizó. Era el único animal en haber oído esa historia. Y nadie más la podría oír, al menos de la misma forma en la que la había escuchado él. Y ya no quería que la liebre contase más historias en la plaza, quería que se las contase solo a él. No las entendía, y eran lo mismo de siempre. Pero lo que hace única a una historia no tiene por qué ser su originalidad, sino puede ser el momento en que la escuchaste o quién te la contó. Y aunque el búfalo era consciente de que la monotonía se podría estar apoderando de aquellas historias, no le importaba, y no le importaría jamás, pues con quien pasaba su rutina era con quien en su día se la rompió e hizo que se sintiera el único animal de la Tierra.



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