lunes, 15 de diciembre de 2014

La sangre derramada, derretirá la nieve de Moscú.


   Lo honraría. Aquel día de Octubre el Vodka tan caro que había guardado para los tiempos de hambre, carecía de sentido. Lo saboreaba sin pudor a pesar de que nunca le gustó el alcohol. El sabía la verdad, sabía que ideales eran los que honraban a la justicia y a la igualdad por igual y cuáles serían los triunfadores por mucho que el carácter imperialista quisiese imponerse ante algo evidente, haciendo de las injusticias, leyes.
   Salía de su cabaña de maderas de arce carcomidas a medias por las termitas, pues éstas morían de frío al llegar el invierno. Y salía a ver todas las hectáreas heladas en las que parecía increíble que creciesen los cultivos. Salía a ver la tumba de su padre, a apartar la nieve de aquella inscripción tan cutre que lloraba porque su padre no hubiese podido tener un entierro más digno.
    Les prometieron que las cosas cambiarían tras aquella revolución y que la tierra pasaría a ser de la Tierra. Pero la hipocresía la utopía y el envenenamiento de tantos años de egoísmo inculcado no se superaban tan fácilmente.
   Entraba en su cabaña de nuevo. Volvía a saborear aquel caro Vodka como única herencia que su pobre padre le había podido dejar. Miraba a su mujer como temblaba acurrucaba a su hijito. El que el pequeño tuviese los labios morados ya no era síntoma  de preocupación pues la costumbre ya no les hacía preocuparse a sus padres.
                -Es hijo del viento –decía su madre.
                -Como su abuelo –respondía el padre.

   Se sentaba y leía con mucho esfuerzo aquel librito que tenía en la estantería cuyas páginas se descomponían por tantas críticas y hablaban de fantasmas y espectros.

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