Lo honraría. Aquel
día de Octubre el Vodka tan caro que había guardado para los tiempos de hambre,
carecía de sentido. Lo saboreaba sin pudor a pesar de que nunca le gustó el
alcohol. El sabía la verdad, sabía que ideales eran los que honraban a la
justicia y a la igualdad por igual y cuáles serían los triunfadores por mucho
que el carácter imperialista quisiese imponerse ante algo evidente, haciendo de
las injusticias, leyes.
Salía de su cabaña
de maderas de arce carcomidas a medias por las termitas, pues éstas morían de
frío al llegar el invierno. Y salía a ver todas las hectáreas heladas en las
que parecía increíble que creciesen los cultivos. Salía a ver la tumba de su
padre, a apartar la nieve de aquella inscripción tan cutre que lloraba porque
su padre no hubiese podido tener un entierro más digno.
Les prometieron
que las cosas cambiarían tras aquella revolución y que la tierra pasaría a ser
de la Tierra. Pero la hipocresía la utopía y el envenenamiento de tantos años
de egoísmo inculcado no se superaban tan fácilmente.
Entraba en su
cabaña de nuevo. Volvía a saborear aquel caro Vodka como única herencia que su
pobre padre le había podido dejar. Miraba a su mujer como temblaba acurrucaba a
su hijito. El que el pequeño tuviese los labios morados ya no era síntoma de preocupación pues la costumbre ya no les
hacía preocuparse a sus padres.
-Es
hijo del viento –decía su madre.
-Como
su abuelo –respondía el padre.
Se sentaba y leía
con mucho esfuerzo aquel librito que tenía en la estantería cuyas páginas se
descomponían por tantas críticas y hablaban de fantasmas y espectros.
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