¿Por
qué suena el despertador? ¡Pero si es sábado!-pesó Jorge-. Después
de aquel sobresalto, se volvió a tumbar en la cama. Al ver que no
podía dormirse se levantó.
Por
el pasillo se percató de algo extraño. Retrocedió hasta el espejo
y se miró, o al menos eso fue lo que intentó, pues el espejo no
reflejaba su imagen. No sabía lo que había sucedido con su pelo
castaño y cuidado; con sus ojos verdes, nariz puntiaguda y orejas de
soplillo (como decía su abuela); tampoco había rastro de su cuerpo
delgado casi esquelético. Bajó corriendo las escaleras hasta la
cocina para llamar a su madre. Al no verla en la planta de abajo,
volvió a subir a la de arriba, donde vio a su madre tendiendo la
ropa.
-¡Hola!
-saludó Jorge. Pero parecía que el ruido de la lavadora, no había
dejado percatarse a la madre de la presencia de Jorge.
-¡Mamá!
-pero la madre no respondía.
Ahora
la desesperación era su peor enemiga. No lo veía su madre, no se
reflejaba en el espejo, y tras gritar dentro de su casa y fuera de
ella, nadie se daba cuenta de su presencia. Podría haber sido una
broma de mal gusto, pero no se reflejaba en los espejos.
Tras
dar más de diez vueltas por el barrio volvió a casa llorando y
temblando. Su madre estaba dentro de la casa, pero no sólo ella.
Había médicos y enfermeros, y ahora que lo recordaba, una
ambulancia en la calle. Sólo pudo ver cómo colocaban el cuerpo de
un niño y el de una mujer en dos ataúdes. Su madre al ver a Jorge
le dijo:
-Hijo,
te he estado esperando.
¿Por
qué sí lo veía ahora? El caso es que se alegraba. Y sintió una
paz interior que jamás había percibido.
Noviembre de 2009
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