Si en 1944 se hubiesen conocido los
tres posibles finales del Universo y no solo el del colapso térmico, Valentí
hubiese actuado de una forma muy distinta al estoicismo exacerbado que cultivó
con la única persona que quizá le pudo haber hecho sentir feliz.
Hay razones que
trascendía los límites de las leyes físicas que Valentí ponía en práctica en el
plan militar soviético en el que trabajaba. Pasaba los días en el laboratorio,
sin hacer mucho y sin saber lo que hacía, despotricando lo que parecían
versículos de un libro sagrado pero que no eran más que advertencias sobre el
inminente fin del mundo que él había calculado solo para dentro de unos
millones de años. Nadie lo entendía pero todos lo escuchaban pues tenía ese
encanto de los locos que recuperan la cordura en el lecho de muerte.
Las secuelas psicológicas
de la guerra le hicieron olvidar el nombre de ella y las razones que le
hicieron toparse de frente con su primera oportunidad en Budapest, ciudad por
aquel entonces que conservaba sus puentes intactos e ignoraba la manada de
lobos que pronto se lanzaría sobre sus rebaños. Valentí también lo ignoraba, y
se lamentaría de no haber sabido de la situación en la que se encontraba
Europa, pues de haberla sabido podría haber intuido que aquella quizá fuese su
única oportunidad y no la habría desperdiciado ni nos hubiese dejado a todos
con la intriga de si existen las segundas oportunidades.
Ella se preguntaba por
aquel entonces qué demonios iba anotando siempre en su pequeña libreta los días
que paseaban por donde un día se alzaría una enorme estatua en honor de él pero
que sería despojada de toda honra después. Con Valentí no funcionaba el
adoctrinamiento ni el lavado de cerebro que se llevaba a cabo con todo aquél
que vivía en su entorno. No entendía nada de lo que ocurría porque no le
interesaba, no era un tema que fuese con él. Él no veía enemigos, su único
enemigo era el frío.
Sin pena ni gloria
pasaron sus días en Budapest, lamentándose de no haber aprovechado aquella
oportunidad que como un milagro le fue brindada. Es que en ese momento se ve
todo tan distinto. La miraba y pensaba que nada cambiaría nunca, que aquellos
puentes serían su sitio de recreo y aquel río el mejor sitio para camuflar las
lágrimas, pero nunca las suyas propias, los estoicos no lloran. Y cuando tuvo
que ir, su ataraxia se quedó allí en Hungría, con ella, pues es que el
sentimiento que le tocó sufrir durante los días que restaron su vida no se lo
desearía ni a los lobos contra los que debió luchar después. Caía la noche, y
no tenía sueño. No podía dormir, pero solo durmiendo podía dejar pensar y parar
de atormentarse.
Así que intentaba dormir
de nuevo, pero no podía parar de pensar. Éste círculo vicioso de angustias
quizá consecuencia de los excesos de vodka que le acompañaban desde que perdió
todo y había dejado pasar la oportunidad de su vida, se hacía más y más intenso
a cada minuto que pasaba de la noche, hasta que finalmente caía rendido en la
cama cansado de tanto sufrimiento, siendo el despertar su mayor pesadilla por
no tener nunca el presente piedad en recordar los errores del pasado.
Nunca había sentido cosa
semejante, además de no ser una persona que sintiese mucho. Se sentía encerrado
dentro de sí mismo sin poder escapar de una prisión de un dolor que se hacía
físico. No había a penas alimento, los periódicos decían que había que guardar
recursos, que había que prepararse para algo que Valentí tardaría en
comprender, incluso cuando muriese, no podría ver más que esos ojos penetrantes
que no necesitaban de más rasgo facial para expresar lo que todo un mundo
interior tenía ganas de decir.
Volvía a leer esa pequeña
libreta que usaba como máquina del tiempo para poder trasladarse a aquellos
cortos instantes en los que fue feliz. Se lamentó de serlo, el precio de la
felicidad es una consecuente tristeza
incompensable, un estoico debería de ser capaz de evitarlo, pero ella le hizo
olvidar todas las concepciones abstractas y vacías de la filosofía. Cuando leía
aquella libreta se trasladaba al único instante en el que fue humano. Tomó la
pluma, para anotar el sufrimiento por el que estaba pasando, cuando de repente
olvidó como escribir, y en un desmayo soñó que estaba en una laguna de vísceras
que vislumbraban su final. Cuando
despertó se dijo que nunca más le ocurriría algo así, mientras comenzaba a ser
imposible no entender lo que estaba ocurriendo en Europa.
Empezó a informarse de
las noticias, y no tendría problema en reconocer que fue de los que se emocionó
con el discurso de aquel líder tirano, que por primera vez parecía más
interesado en ser el héroe que el villano. Para él no hubo duda, se hacía eco
de las atrocidades que se estaban cometiendo en Europa, del odio antisemita, una
palabra qué escuchó en una sinagoga que visitó con ella por el barrio judío de
Budapest. Y el símbolo, la estrella, también la reconoció porque era la que
ella portaba, y que hasta ese momento no supo que era el significado de tanto
odio. No habría ya más oportunidades pensó, no habría nunca más momentos que
anotar en su libreta, la cual estaba dispuesto a llenar de su sangre y de la de
los demás en la liberación de Hungría inmerso en las filas del Ejército Rojo.
Desde Stalingrado hasta
donde llegase, no volvió a sentir esa sensación angustiosa por las noches, pues
en la guerra el humo de las bombas y del fuego era tal que el sol siempre
estaba tapado y el ruido incesante de la artillería no permitía sentir el
silencio y la tranquilidad de una noche fría. Parecía nunca hacerse de día, una
noche que duró más de cinco años. Se hizo amigo de la muerte, la veía todos los
días, se saludaban pero no se atrevía a suplicarle que por favor nunca lo
llevase con ella pues realmente no estaba muy seguro de si quería seguir
viviendo. La veía tanto cada día que empezó a plantearse una nueva duda que
iría a más y a más en lo que era su lucha contra la angustia y contra las
oportunidades únicas.
Desde que empezó su
lucha, empezó a familiarizarse con las nuevas caras. Cuando unos morían eran
repuestos por otros como meras máquinas que manejaran un fusil, que nunca era sustituido
sino que pasaba de unas manos a otras. No olvidaría esa visión de voluntarios
partiendo a la lucha sin armas dispuestos a recoger la de aquellos aliados que
habían muerto segundos antes delante de ellos. Pero el caso es que ya no
quedaba ninguna cara de las que había en un principio. Tan obsesionado en
avanzar sin descanso, había olvidado que a veces se hace necesario volver un
poco la vista atrás pues quizá lo que buscábamos estuvo ahí desde hacía mucho.
Él era el que más había
aguantado aquella cruenta guerra desde que tomó conciencia o como lo llamaban
sus contemporáneos, conciencia de clase. Supo que por su parte, el destino le
había brindado una nueva oportunidad, y gracias a un pacto con la muerte podría
conseguir llegar vivo a Budapest. Pero de nada servía llegar hasta allí si era
demasiado tarde. Y la angustia, que parecía haber sido paliada, comenzaba de
nuevo, pero ahora era incluso tan intensa como la que sintió el día que predijo
el fin del Universo para dentro de solo unos pocos millones de años.
Durante su viaje había
escrito en su libreta con la sangre aliada y enemiga, de las que pudo observar
que ambas eran del mismo color y que al secarse tomaban un color muy parecido a
la tinta que usaba para escribir cuando paseaba con ella por Hungría. Entraron
en la ciudad, lo peor estaba por pasar, pero solo de pensar en esa segunda
oportunidad que estaba cada vez más cerca y contagiándose de la propaganda liberadora,
se sintió como un liberador más de Hungría a los que le habían prometido una
estatua en su honor (o incluso tres) sin saber que sería despojada de toda
honra.
Miró los puentes que
fueron su sitio de recreo y refugio años atrás, destruidos, en llamas, y el río
que debería de ahogar todas sus lágrimas solo ahogaba cadáveres putrefactos y
cuya sangre había tintado el río del mismo color que las líneas de su libreta.
Miró su diario, o lo que quiera que fuesen aquellas líneas, cerró los ojos y
dejó de sentir angustia por siempre, pues había algo que trascendía más allá de
que aquella sangre del río llevase o no el nombre de ella. Abrió los ojos con
la libreta en mano y terminó de escribir las últimas tres líneas antes de
arrojarla al río, y sentir como el sol se abría por primera vez en toda su
travesía entre el humo de las bombas y el fuego y penetraba en sus ojos como lo
hicieron aquellos espejos grises que ella tenía por ojos en su día y en los que
cada vez le importaba menos verse reflejado de nuevo, a la par que rescataba su
ataraxia de aquel río de vísceras y atrocidad, pues sentía que más allá de las
oportunidades perdidas o ganadas hay un sentimiento que prevalece sobre todo lo
demás.
Hay algo que me he negado a entender. Pero no me puedo negar
a mí mismo cada vez que te veo, ojalá supiese como llegué aquí pero he andado
muy ocupado prediciendo el fin del mundo como para centrarme en el presente.
Qué ironía que hoy estemos donde precisamente se alzará la estatua en nuestro
honor. No merezco tal honor, no he sido más que un loco egoísta. No soy un
liberador del pueblo húngaro, solo vine a por ti. Soy egoísta al hacer esto por
el mero hecho de recuperar lo que en su día perdí.
No sabes el dolor que me produce la estampa que veo a la
entrada de Budapest. No he dormido en estos años, ni he estado despierto. Tomaste
todo lo que tenía y en lo que creía a lo largo de este tiempo y lo arrojaste
al Danubio junto con nuestras lágrimas, las tuyas por el miedo, las mías por la
impotencia. Pero no desesperes, aunque nos arrebaten toda la honra a los que
salvamos tu país, aunque estés muerta y jamás leas esto, aunque tu sangre ya
esté mezclada con la sangre de los inocentes en el río, aunque estés siendo
víctima de la codicia y la insolencia humana, aunque la entropía acabe con todo
el orden que nos da la vida, no desesperes. Hay un sentimiento que trasciende
más allá de que el Universo termine cuando pasen millones de años, y que está
por encima de todo el egoísmo de la gente de mi condición que solo piensa en
sus oportunidades.
Las armas podrán acabar contigo.
Las armas podrán acabar conmigo.
Mas las armas no pueden acabar con nosotros.
"En honor y dedicado a todos aquellos que perecieron en la liberación del pueblo húngaro. Porque somos herederos de nuestros antepasados Porque nuestros descendientes lo serán de nosotros
Porque fueron somos.
Porque somos serán.
La lucha por estos ideales siempre será legítima".